miércoles, 2 de mayo de 2012

El arte contemporáneo,
o la disidencia de la realidad


Bastante se ha hablado sobre el asunto de la realidad y sus contextos. Sobra decir que no hay acuerdo; que jamás lo habrá: no signifique esto que no exista el diálogo. Y la riqueza de esta circunstancia radica, pues, en la importancia del diálogo, como un ir y venir de las aguas del mar; como una enorme masa, nunca quieta, de formas siempre cambiantes y movimiento imposible de definir en su totalidad.

Cierto es que el problema de la realidad como asunto epistémico deba circunscribirse a un tratamiento filosófico. Es a donde la historia del pensamiento nos ha obligado a recurrir. Entendemos por tratamiento filosófico la búsqueda de un orden lógico; algo que deba ser explicado y entendido desde las capacidades de nuestro lenguaje. Si lo puedo pensar, lo puedo decir. Este problema se magnifica –y se multiplica- si pensamos la realidad en el arte. Pues el arte es un problema que no puede ser atendido desde un asunto enteramente lógico. Al menos no desde que centra su haber en el universo simbólico, ese querer dialogar con las inquietudes que modelan nuestro carácter como individuos, como entes; el mismo universo simbólico que habla, en ocasiones desde oscuridades indescifrables a fuerza de compresión. Esto es, el significado en el símbolo no puede ser descrito: se le resignifica desde el símbolo mismo; dicho con otras palabras, hay cosas que no pueden ser habladas. Ahora bien, hay cuestiones en el quehacer del arte que no tienen que ver con la furia expresiva y la aporía del gesto simbólico, lo cual no significa que sea fácil hablar de ello: la inercia social en el circuito del arte no deja de constituir un problema de primer orden. Sí es importante aclarar que no se trata de un asunto filosófico, si bien de un problema de orden social, el cual atañe principalmente a los individuos que lo conforman.

El pasado 24 de abril en la víspera del 32 aniversario de la fundación de la Facultad de Artes Visuales de la UANL, se convocó a una mesa de diálogo sobre el arte contemporáneo en Monterrey. Se dejó ver que existe, definitivamente, una preocupación: confusión estudiantil alrededor del fenómeno del arte –particularmente el denominado, por convención, arte contemporáneo, en virtud de una notoria desubicación general al respecto del papel que juega el estudiante y su inserción, en la mayor parte de los casos, al mercado mucho después de concluir sus estudios de preparación. Este problema no es algo nuevo: se puede decir que existe desde que existe la universidad como institución moderna; esto es, en el modelo europeo (pues eso heredamos), desde que nace la modernidad. Antes la cosa era más sencilla: el maestro aceptaba al alumno meramente por arbitrio, así como el mismo maestro decidía cuando el alumno ya estaba preparado para ser un artista. Hablamos aquí de un momento histórico muy anterior. Ahora bien, así como los tiempos, las situaciones cambian y el tema deviene de primer orden, principalmente considerando que se trató de un evento en el que la participación, activa y pasiva, fue casi exclusivamente de alumnos, quienes mostraron una verdadera preocupación por el futuro de su carrera en el campo real, cosa que no ocurría anteriormente con tanto ahínco. Sea una reseña de la mesa.

Los temas principales, por consiguiente las preocupaciones estudiantiles, rondaron sobre la cultura –esto es, qué ocurre, qué parece ocurrir y cómo deberían ser las cosas- del arte; al tiempo se dejó ver el papel que juegan las instituciones, educativas y culturales, públicas y privadas, en el quehacer artístico, así como un tema nulo en la Facultad de Artes Visuales: el mercado del arte, modos de producción mercantil y la economía alrededor de la actividad cultural global del arte. Si bien faltó tiempo –siempre falta tiempo en estas cosas- sí fue posible abordar temas en cuestión.

El arte contemporáneo en cuanto tal debe pues, constituirse como la práctica de producción, distribución y consumo de productos artísticos y sus relativas adherencias –esto es, crítica, promoción y difusión, así como la existencia de espacios pertinentes. Es necesario aclarar que por arte contemporáneo en Monterrey se debe hablar del arte contemporáneo que aquí se produce y/o consume; esto provoca por obligación un primer problema: Monterrey no tiene definido un campo de producción de arte contemporáneo; lo mismo pasa con su distribución y consumo. Nuestra urbe es muy joven en el ámbito del arte. No bien llegó a la modernidad cuando se presentó como una ciudad “postindustrial”, cosa que llega a ser otra falla de contextualización lógica. El arte contemporáneo, dado su comportamiento mercantil y social, se mueve en espacios considerados asimismo de arte contemporáneo. Monterrey apenas tiene espacios de esta naturaleza. Si bien el museo marco puede ser considerado un espacio que alberga arte contemporáneo, también es necesario añadir que a duras penas exhibe produción artística de regiomontanos, y la mayoría de los regiomontanos que así lo hacen viven fuera de la localidad. Quedan, pues, espacios como Alternativa 11, GE Galería o Arte Actual Mexicano. Sin embargo, hablar de tres o cuatro espacios en una ciudad con varios millones de habitantes no significa que Monterrey sea una ciudad en la cual el arte contemporáneo sea prioritario. Más aún: solo una pequeña parte del arte contemporáneo que se produce en Monterrey se consume en Monterrey. Bien se puede pensar que, dadas las circunstancias, nuestra ciudad está aún muy lejos del llamado arte contemporáneo. La mayor parte de lo que se produce –y se consume- en Monterrey, queda dentro del llamado arte moderno; esto es, pertenecientes a espacios que mercantilmente entran en el epíteto de arte moderno; que siguen buscando legitimarse con procedimientos modernistas –manifiestos, circunscripción a argumentos legimizantes propios de la modernidad, etc. Sin embargo sí se produce y se consume –aunque sea en esa escala- arte contemporáneo. Independientemente de todo lo expuesto, la cuestión de que lo producido sea contemporáneo o no queda en mero nombre. Poco importa si lo que se produce es más o menos contemporáneo: lo indispensable es que se siga produciendo y consumiendo arte, y que sea posible la inserción estudiantil en el circuito del arte.

Por otro lado, el arte cobra identidad al ceñirse a un megamercado. Eduardo Ramírez habló al respecto de la inclusión de la IP en conjunto con la inversión de fondos públicos en la producción de iconos municipales. Hablo, pues, de la producción que, a partir de la década de los 80 se realiza para la ciudad de Monterrey. Dejando de lado las posibilidades técnicas que permiten la realización de monumentos a gran escala, no es sino hasta la mencionada década que comienza a llenarse la ciudad de monumentos. Tamayo, Sebastián, Felguérez –principalmente- han sido los portavoces de esta producción. Es de notarse que, de inicio, ninguno de los tres mencionados es regiomontano, ni siquiera por adopción. Al parecer uno de los únicos que han producido escultura –y no monumental- pública es Cuauhtémoc Zamudio, mismo que queda en otro lugar de la historia y la presencia artísticas de una modernidad más notoria. Los fondos públicos y privados invertidos en tales productos constituyen un testimonio de la creciente economía regional, que al mismo tiempo es testimonio de una desigualdad social manifiesta en acciones como la construcción de la macroplaza –a costa de la expropiación de muchísimos hogares de esa parte del centro, por citar un ejemplo. La producción monumental moderna es, secundando la opinión de Ramírez, un producto pasteurizado y homogeneizado, una forma cultural que pudo adherirse con facilidad al comportamiento político de nuestra entidad. No parece haber cambiado mucho en nuestra actualidad: la Lagartera o la Ruta Escultórica del Acero y el Cemento parecen sostener las mismas prácticas de hace 30 años. Con excepción de la Lagartera, los demás monumentos se complementan muy bien con la realidad empresarial de Monterrey, dada su trayectoria en la producción de fierro y cemento.

Un complemento a la producción de obra plástica se produjo en un movimiento que por lo menos sí parece ser más contemporáneo que lo que hasta ahora se ha hablado. Damián Ontiveros habló de D99, la estación radiofónica, como un portavoz de la cultura musical regiomontana, particularmente para hablar de la Avanzada Regia. Este movimiento tuvo lugar principalmente en la cultura musical. Aunque en ocasiones se ha incluido a artistas plásticos en tal movimiento, es necesario aclarar que este es propio de la producción musical que ocurrió como un boom en Monterrey durante la década de los 90. Sin embargo sí es posible hablar de una comparativa entre esta generación musical y la propia en el terreno de las artes visuales, en el que personajes como Pilar de la Fuente, Marcela y Gina, Rubén Gutiérrez, el colectivo Tercer un Quinto, Hugo Lugo, Fernando Villalvazo, entre otros, durante la segunda mitad de los 90, como Adrián Procel, Jéssica Lanegra, Daniel Lara y René Almanza, entre otros, durante la primera mitad de los años 00, pueden ser un correspondiente de esa identidad cultural de Monterrey en la llamada avanzada regia. Es necesario señalar que aún es muy temprano para que estos artistas lleguen al terreno de lo megaestructural, de modo que no se puede hablar de ellos en un mercado establecido, sino dentro del terreno de lo “emergente”, concepto que asimismo resulta sumamente ambiguo. Sin embargo, la mayoría de ellos encuentra flujo de su economía en mercados que principalmente provienen desde afuera de Monterrey, cosa que también es importante señalar. También es importante mencionar que la mayoría de ellos ha vivido fuera de la ciudad como parte de su preparación; algunos viven en otro lugar y todos ellos han tenido que promover su producción en el extranjero, así como todos ellos iniciaron en el campo desde que estudiaban, y no lo hicieron por insistencia de los profesores. Un punto importante, quizá por mero dato estadístico o por coincidencia, si no es que por algún detalle curioso en los métodos didácticos de la Facultad de Artes Visuales, es que en muchos de los casos los artistas involucrados en el mercado no son graduados de la carrera de artes: o estudiaron diseño gráfico (artes gráficas en ese momento) o lenguajes audiovisuales (artes camarográficas).

Un punto en extremo importante que se tocó durante la mesa fue el referente al mercado.  En el mercado se involucran entes sociales, quienes son los principales responsables del consumo mercantil de productos artísticos. Aquí entran las galerías de inicio. En tanto producto mercantil, el arte contemporáneo siempre será un riesgo, según opinón de Juan Carlos Granados como representante de la Galería Pristine. Insistiendo en la cuestión de no hacer una distinción muy clara entre arte contemporáneo y arte moderno en el contexto regional, el arte, mientras más vanguardista se presente, se constituirá un mayor riesgo para la galería. A esto habrá que agregar un dato curioso: en Monterrey es más fácil vender un lienzo que una gráfica impresa en papel. Quizá la seguridad que siente el comprador por la aparente calidad de imperecedero de los materiales empleados; quizá por la falta de una tradición gráfica. No pensemos, pues, qué ocurre con materiales alternos, tales como la imagen electrónica, el stencil o el arte objeto, pues estos son productos que no se pueden considerar una parte importante de la producción y consumo de arte en Monterrey. De manera que lo que se produce de arte moderno –o contemporáneo- en nuestra región y que se mueve en el contexto de las galerías encuentra su finalidad mercantil en un segmento que siente mayor seguridad en relación al uso de materiales. Esto no significa –nuevamente- que no exista en Monterrey un mercado para la producción artística realizada con materiales “no convencionales”; sin embargo, este mercado es aún muy precario. Un punto de suma importancia es que las tendencias artísticas reinantes se relacionan directamente con la propia economía hegemónica. Esto significa que la economía, así como el carácter político de una cultura, su visión filosófica y el uso y manejo de materiales dicta los modos de producción y el uso de las tecnologías que han de proponer los artistas que correspondan al momento histórico. Así ocurrió, por ejemplo, en el renacimiento, época que marcó el “surgimiento” del arte en tanto mercado, mientras al tiempo se inventó el lienzo y se convencionalizó la preparación de pintura al óleo. De igual manera pasó con la modernidad, época que se caracteriza por una mejora en las tecnologías de producción de imagen, que culmina en el daguerrotipo y la crisis de la pintura naturalista; a esto se agrega que el occidental adopta una filosofía más “liberal” –esto es, también valen otros argumentos o, dicho de otra manera, se debe considerar la importancia de una visión distinta; y la culminación de un sistema económico y político con el fin de la monarquía y la instauración de la democracia. Dicho con otras palabras, la modernidad no habría sido posible sin todas estas –y otras- características históricas y culturales. Así es necesario pensar el arte contemporáneo. Ni nuestro sistema político ni nuestras tecnologías hegemónicas de compra-venta pueden soportar la producción y consumo de arte que en el primer mundo se considera contemporáneo. En este sentido es necesario señalar la enorme importancia de la historia de la cultura y el arte para comprender porqué se produce de tal y cual manera; asimismo –cabe mencionar- es de primera importancia que el estudiante de arte conozca y comprenda el comportamiento del mercado del arte. El arte como mercancía es, prácticamente en su totalidad, un asunto que poco o nada tiene que ver con el  valor del producto: el mercado del arte es meramente especulación. En este sentido se puede notar con suma claridad la importancia de ciertas disciplinas accesorias a la producción de objeto artístico. Digamos, muy a la manera del semiólogo, que se necesita conocer el arte en sus signos y las leyes que lo gobiernan. Y los signos de una cultura no son otra cosa que los signos de su historia, que la historia de sus signos. Conocer a la cultura por su historia ayuda enormemente a entender su comportamiento; es así, de este modo, impensable una escuela que no incluya historia en su currícula educativa; así también una escuela debe tener entre sus asignaturas la comprensión de los modos mercantiles de la producción, distribución y consumo de arte, no de lo que ocurre en Europa o Nueva York: es necesario voltear los ojos a nuestra propia tierra y comprenderla en la realidad de facto.

Un punto más, que los alumnos tocaron muy en la superficie, es el acento que se pone en material de estudio teórico al respecto del arte. Hay que ser muy claros en este punto: la Facultad de Artes Visuales no tiene una formación teórica. En absoluto. No digo que no se realicen lecturas y se trate muy honestamente de comprenderlas, sin embargo no es lo mismo comprender a M. Foucault que aprenderse unas cuantas citas o parafrasearlo en clase. La escritura de Jean-Francois Llyotard muy a duras penas es comprendida y manejada por estudiantes de posgrado en escuelas de filosofía: ¿cómo podemos pensar que un alumno de licenciatura en artes entenderá toda la carga histórica de un pensador de esa naturaleza? Aún menos si no existe la palabra historia en la currícula de la carrera de artes. Es necesario que la Facultad de Artes Visuales piense seriamente en replantear su estructura curricular, a riesgo de perder totalmente el rumbo. Tener una estructura teórica implica manejar una metodología del conocimiento firme, cosa que no existe en la FAV, y jamás se logrará mientras siga en el mismo rumbo. La Alemania de los años 20s y 30s estuvo fuertemente influenciada por el movimiento nazi, el cual se tomó de una muy mala interpretación de las ideas nietzscheanas. Haciendo una breve comparación, se habla de un fin de la historia, promovida en primera instancia por el filósofo prusiano G. W. F. Hegel, y retomada por M. Foucault y Lyotard al hablar de los pequeños discursos y los metarrelatos. Sin embargo tanto la obra de Hegel como la propia de Foucault y Lyotard son eminentemente históricas. ¿Suena algún parecido si pensamos que la muerte de dios en la Gaya Ciencia de Nietzsche fue tomada tan al pie de la letra que concluyó en un desastre ideológico? Nietzsche, aquél que, siguiendo las palabras de Thomas Mann, era filólogo antes que filósofo, y poeta antes que cualquier otra cosa. Nietzsche, ese pensador sumamente teísta, ¿hablando de la muerte de dios? Es necesaria aquí una interpretación más bien metafórica, una hermenéutica de la poesía para la comprensión de un sistema de pensamiento. Y ¿qué pensar de los que promulgan el fin de la historia en sus libros eminentemente históricos? ¿Qué es lo que no tiene una concordancia lógica? Más aún, ¿qué raya en el absurdo y el disparate? Sin embargo, siempre resulta benévolo hacer una revisión del suelo que se está pisando. Es necesario replantearse la estructura académica una vez más y cubrir solamente lo que sea fructífero a los alumnos (y comprensible a los maestros); es necesario que la Facultad –alumnos y maestros- salga de sus muros y haga contacto con el mercado, ese que todos los días fluye y confluye en los centros culturales, museos, galerías y otros espacios relativos de nuestra región, así como que también conozca los espacios de los artistas y sus modos de producción; es necesario, finalmente, que se incremente el interés de alumnos a maestros y de maestros a alumnos, y que crezca la coparticipación, de manera que sea real el trabajo en conjunto: ¿cuántos responsables de carrera o directivos asistieron a la mesa, evento que se supone revestido de cierta importancia por conmemorar los 32 años de existencia de la Facultad? Maestros sí hubo, pero ¿cuántos? Y ¿cuáles de ellos son maestros en la carrera de artes y no en alguna de las otras dos? Quede, pues, a criterio de sus integrantes.